Soy del linaje de las visionarias aventuradas en el misterio del vientre,
enigma donde se alzan los azules.
Esculpo en bronce mi halo pleno de gracia y pulo con las manos su forma
teñida de afanes, maíz y cordillera.
Mi boca atrevida se abre con verbos, adjetivos y esdrújulas en busca del
camino que no puedo evadir. El silencio es luz de agua, oráculo de
revelaciones. Un ave cruza en el antojo de la memoria y mi ojo
interior atraviesa la pirámide inversa y los mascarones de proa son mi
brújla en la navegación segura de mi ser.
Tengo un cofre antiguo donde guardo imágenes que entran y salen en incesante
trasiego. Casas encaramadas en las cumbres, muro de sueños en busca del
amanecer y ventanas por donde se asoma el alba.
Vengo de una larga noche. Abro los ojos y veo las bifloras sembradas en la vasija
pintada de estrellas. Escucho mi respiración como glaciar sorprendido por el
primer rayo de sol, vector de lo sagrado.
Ha llegado la hora luciente de anunciar mi voz que crece y se alza hasta alcanzar
La placenta en la hondura madre del Cosmos.
Ángela Penagos Londoño
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